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El asombroso caso de Raiza Ruiz: de ser enterrada en Caracas a ser resucitada por indígenas en el Amazonas

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Una aventura que comenzó como requisito académico en las profundidades de la selva, se transformó en una odisea, un trágico accidente aéreo y una muerte "legal".
El asombroso caso de Raiza Ruiz: de ser enterrada en Caracas a ser resucitada por indígenas en el Amazonas

La historia de la profesora universitaria Raiza Ruiz, médica pediatra, con maestría en medicina tropical y doctorado en infectología, se presenta como un relato que —a primera vista— podría confundirse con el guion de un largometraje. Combina el intenso drama humano, la acción trepidante de la supervivencia, un toque de realismo mágico por lo inverosímil de sus giros y elementos propios de la ficción por su carácter extraordinario.

El asombroso suceso que le tocó enfrentar esta doctora —hace más de cuatro décadas—, resulta terrorífico y, a la vez, emancipador, porque muestra la inquebrantable fortaleza del espíritu humano, que incluso a través del miedo puede hacer frente a lo imposible.

Se trata de un testimonio impactante de resiliencia, una aventura que comenzó como un requisito académico en las profundidades del Amazonas venezolano y que se transformó en una odisea marcada por un trágico accidente aéreo y una batalla legal contra la negligencia en el burocrático mundo de los documentos oficiales. 

Raiza Josefina Ruiz Guevara, nació en Caracas, el 12 de marzo de 1955. A los 26 años, cuando estudiaba medicina en la Universidad Central de Venezuela (UCV) y realizaba su periodo obligatorio de pasantía rural en la localidad de Maroa, un pueblo remoto cerca de la frontera con Colombia y Brasil, donde fue víctima de un insospechado caso que la llevó a la muerte sin perder la vida.

Su historia, contada por ella en diversas entrevistas, tuvo un punto de inflexión el 1 de septiembre de 1981. Ese día se preparaba para viajar en avioneta desde Maroa a San Carlos de Río Negro, donde recogerían a uno de sus colegas para luego partir a Puerto Ayacucho, la capital de Amazonas. La joven estudiante se disponía a cobrar su primer sueldo e iba a presentar quejas por deficiencias en su puesto de servicio.

Los tripulantes registrados para el viaje en la avioneta Cessna 207 monomotor de siglas YV-244-C eran: el capitán y piloto Rómulo Ordóñez —o 'Cigarrón' como le decían sus conocidos—; el juez de nacionalidad colombiana José Manuel Herrera; el agente policial Salvador Mirabal; y Raiza, a quien una persona de Maroa le pidió llevar unos huesos de lapa y venado para entregar en Puerto Ayacucho.

El accidente

Al partir de Maroa —donde Raiza enfrentó una epidemia de sarampión que diezmó la población—, la aeronave primero debía ir más hacia el sur. El vuelo transcurría con normalidad, en un ambiente relajado y de bromas. Ya habían avanzado un largo tramo cuando el piloto comenzó a preparar su aterrizaje, y sin advertirlo, se estrelló contra unos árboles "gigantescos".

"El impacto fue brutal. El avión chocó y quedó atrapado en los árboles, luego explotó y cayó bruscamente, se quemó. Fue muy brusco todo", dijo Ruiz, quien recuerda que en medio de ese infierno su ropa "agarró fuego rapidísimo". "Estaba sentada de primera, como copiloto, era muy pequeña y delgadita, así que pude salir casi ilesa en comparación con los demás. No tenía fracturas, nada más un golpe en la frente, aunque tuve quemaduras de segundo y tercer grado".

Raiza estaba aterrada, se le olvidó que era casi una médica graduada. "Si yo me quemé, ellos se quemaron infinitamente más". De los cuatro tripulantes el primero en morir fue el agente policial. "Falleció en pocos minutos, estaba malherido, con muchas fracturas y quemado. Ese fue mi primer diagnóstico de muerte".

Los tres supervivientes, desorientados y malheridos, solo sentían como el miedo los absorbía con cada segundo y la dramática escena se complementaba con algo aún más perturbador: el cadáver de Mirabal, cuya presencia les hacía ver su propio destino y los llevó a tomar una mala decisión, abandonar el lugar.

Raiza, el juez y 'Cigarrón' pensaron que debían huir porque el olor de los restos de Mirabal atraería animales salvajes hambrientos, situación que buscaban evitar porque ellos mismos se podían convertir en presas. El terror los consumía, se acercaba la noche y se fueron con la esperanza de encontrar alguien que los rescatara, incluso algún grupo guerrillero.

De los tres, el juez estaba en peores condiciones. Tenía quemaduras, fracturas y no veía bien. Cuando se alejaron del fuselaje, encontraron un río, y Herrera dijo que no podía continuar, que prefería quedarse a esperarlos para que ellos siguieran la misión. Raiza y el piloto, que también tenía fracturas y quemaduras graves, continuaron la travesía durante tres días. En ese tiempo no pudieron comer, solo tomaban agua de charcos.

Al lado del cadáver

Raiza y el piloto tuvieron que pasar la primera noche cerca de un río. "Estábamos malheridos, quemados, con dolor, hambre, era horrible y la noche daba mucho miedo. Se escuchaban animales por todos lados, cuando llovía retumbaban los rayos y el ruido de los árboles al caer".

Al tercer día, perdidos, deshidratados y hambrientos, encontraron un árbol con varios nombres escritos y pensaron que alguien podría estar cerca. Entre aquellas firmas, le dijo 'Cigarrón' a Raiza, habían tallado el mismo nombre de su hija. Lo siguiente fue el resonar de un avión encima de ellos. La joven empezó a correr mientras ambos brincaban y gritaban desgarrados, con ansias por ser encontrados.

Raiza sintió que la voz de Ordóñez se apagó de golpe. Regresó al lugar donde lo había dejado y ahí estaba el piloto, muerto, justo al lado del árbol que tenía escrito el nombre de su hija. "Aguantó mucho para lo mal que estaba", recuerda la doctora, quien desde ese instante notó que dejar el sitio del accidente fue un error garrafal.

Para cuando murió el piloto, los rescatistas ya habían localizado la aeronave caída y el cadáver de Mirabal. Unos 100 metros más allá, en la ribera del río, también estaba el cuerpo de Herrera, cuyo momento de muerte no se pudo determinar.

Una Raiza descorazonada, ya muy lejos del lugar del accidente, se sentó al lado del cadáver y al verse, notó cuánto había adelgazado. Sus heridas estaban muy mal y sentía que no la encontrarían. "Esa noche tuve que dormir al lado del cuerpo del piloto, pero al día siguiente tomé fuerzas y decidí abandonar el riachuelo que habíamos encontrado".

La intuición le decía a Raiza que era la única sobreviviente. Había presenciado cómo uno a uno sus compañeros de vuelo sucumbían ante la temida selva amazónica. Ella continuó la travesía por cuatro días más y casi al borde de la desesperación, agotada, consumida por el dolor y el hambre, tuvo un momento de lucidez y vio que tenía gusanos en las quemaduras de sus piernas, se la estaban comiendo viva.

"Estaba pre-mortem"

"Cuando vi gusanos en mis heridas fue terrible, quería morir, tenía mucho dolor, estaba desesperada, ya no orinaba, estaba fría, estaba pre-mortem", recuerda Raiza, que para ese momento apenas había comido un par de hojas que parecían de lirio y una fruta que le dio confianza porque vio alimentarse de ella a unos pájaros. Tenía miedo de envenenarse.

A punto de desmayarse, Raiza pensó que alucinaba, vio siluetas que se acercaban y la miraban con temor. Era un grupo de niños indígenas de la etnia Baré, que habitan entre Brasil, Colombia y Venezuela. La joven había enfrentado por siete días y seis noches la inclemencia amazónica.

Los pequeños, aunque asustados, corrieron a su comunidad y los adultos fueron al rescate. Raiza insistía en que la llevaran de vuelta a Maroa, pero los baré no le hicieron caso y empezaron a curarla con sus prácticas ancestrales: Le dieron agua y aunque ella pedía más, solo le permitían pequeños tragos y comer mañoco, una harina granulada extraída de yuca amarga fermentada.

Los baré construyeron un "catumare", un canasto tejido con hojas de palma, ramas y fibras de las plantas, para transportarla a San Carlos de Río Negro, la población más cercana. Al llegar a ese pueblo, luego de atravesar un río en canoa, solo había una odontóloga y un enfermero. El médico asignado a esa zona, el mismo que iban a buscar antes del accidente, había viajado a Caracas para el funeral de Raiza.

Al enterarse de su supuesta muerte se enojó, le parecía increíble que la declararan fallecida sin que consiguieran su cuerpo. Para evitar que esa noticia se hiciera realidad, dio órdenes precisas, pidió antibióticos y un licor de anís para limpiar las heridas con gusanos. Tenía dificultad para respirar y notificó que la debían llevar a terapia intensiva.

En la zona no había anís y un par de monjas decidieron cruzar la frontera hacia Colombia que estaba cerrada por tensiones políticas. Las religiosas consiguieron la bebida pero en su retorno fueron detenidas por violar la prohibición de cruce. Les tocó explicar que el alcohol no era para diversión sino para tratar a la única sobreviviente de la avioneta caída.

Velatorio, entierro y resurrección

Mientras Raiza aún estaba en la selva y luchaba por su vida, en Caracas, su familia recibía un féretro sellado. La caja contenía un saco de cal junto a los huesos de lapa y venado que ella iba a entregar en Puerto Ayacucho. "O confundieron los huesos con mis restos o lo hicieron a propósito. Causaron sufrimiento a mi familia sin necesidad".

La familia de Raiza gestionó los actos velatorios y el entierro se realizó el 5 de septiembre de 1981. "Fue negligencia total", dice la doctora, al recordar que ese situación sí la mató legalmente y la convirtió en víctima del Estado, una "muerta viviente" obligada a luchar contra la burocracia para intentar recuperar su "vida" en registros oficiales.

"No debieron mentir, tenían que decir la verdad, que no habían encontrado nuestros cuerpos", dijo Raiza, quien supo que cuando eran buscados por los rescatistas, un grupo de indígenas encontró pedazos de la tela que ella había dejado en el camino cuando el piloto del avión aún estaba con vida.

"Posiblemente seríamos más los que estuviésemos con vida. Nos pudieron encontrar antes pero no hicieron caso a los indígenas, que incluso les dijeron que escucharon gritos".

Mientras la prensa venezolana reportaba la muerte de todos los tripulantes de la avioneta, inesperadamente, el 8 de septiembre, 72 horas después de la sepultura de Raiza, en las radios de las fuerzas de seguridad se escuchaba: "La doctora Raiza Ruiz, acaba de aparecer"

Tras conocerse la "resurrección" de Raiza, fue sacada en una aeroambulancia, la primera que funcionaba en el país. "Yo estrené ese servicio", dijo la doctora, que a pesar del temor a volver a volar, no tuvo otra opción que dejarse llevar. 

"Presumo que sigo muerta"

Una vez en Caracas, en cuidados intensivos, pensó que la amputarían las piernas por la gravedad de las heridas y pidió asesoría psiquiátrica. Eso no ocurrió, su familia aún impactada por su retorno a la vida, sintió indignación y la acompañó en su "milagrosa recuperación".

Raiza finalmente cobró su primer sueldo como pasante pero increíblemente lo tuvo que gastar en los servicios que le prestó la Funeraria Vallés para su velatorio. Tras comenzar su lucha por recobrar su identidad como persona viva, las autoridades abrieron la urna y certificaron, el 10 de septiembre, que lo que habían enterrado eran huesos de animales.

Aunque su presencia y la exhumación de los huesos certificaban que ella seguía viva, las autoridades llevaron el caso a un limbo legal que no corregía su dictamen de fallecida. Así Raiza comenzó una nueva etapa de su vida como persona "muerta", lo que le trajo problemas para conseguir trabajo y emprender su carrera profesional.

Al abrir sus consultas, la gran mayoría de los pacientes la buscaban para que ella los tocara, querían una sanación milagrosa, la consideraban una santa viva. Eso le molestaba profundamente a Raiza, porque no podía practicar la medicina como debía, sino porque era "la sobreviviente del avión". "Era horrible desde el punto de vista profesional".

"Todavía no sé cómo está mi situación legal. Presumo que sigo muerta, porque hasta después de 20 años continuaba saliendo en las listas de difuntos y me cansé. El día que vaya a fallecer de verdad, mi familia va a pasar trabajo por ese estatus de fallecida".

Raiza ahora ve la vida como "una bendición hermosa a pesar de sus crueldades". Aborrece las injusticias y las mentiras, cree con firmeza que "ciencia y fe van medias juntas" y que siempre, a pesar de las adversidades, "las cosas van a salir bien". "Uno trabaja por la vida, para la vida y, en cierta forma, para estar vivo".

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