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¿Qué dice el caso portugués sobre la extrema derechización en Europa?

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¿Qué dice el caso portugués sobre la extrema derechización en Europa?

La tierra que regaló al mundo la Revolución de los Claveles ha sellado trágicamente su adhesión al ciclo reaccionario que corroe Europa. En apenas dos años, la hegemonía del Partido Socialista se ha visto arrasada, dando paso, en estas últimas elecciones, a una Asamblea donde más de dos tercios sirve a la derecha tradicional y a su grotesca extensión: la ultraderecha de Chega, que ya recoge el 22% de los votos.

El sueño de 1974 se tambalea, mientras Portugal se hunde en una deriva que no es solo local, sino estructuralmente europea.

Fundado en 2019 por André Ventura, un excomentarista deportivo con trayectoria en el Partido Social Demócrata, Chega ha canalizado el malestar de sectores golpeados por la precarización económica, pero también por un discurso profundamente xenófobo, antifeminista y autoritario, a menudo alimentado por el resentimiento y el rechazo hacia los derechos sociales, fomentado durante años a través de una guerra cultural que obvia sistemáticamente las condiciones materiales.

El sueño de 1974 se tambalea, mientras Portugal se hunde en una deriva que no es sólo local, sino estructuralmente europea.

La derechización de Europa no puede entenderse sin atender a la larga mutación del modelo liberal europeo, una transformación estructural que tiene uno de sus puntos de inflexión en la firma del Tratado de Maastricht en 1992.

Ese tratado no solo sentó las bases institucionales de la Unión Europea, sino que impuso un marco económico ultraliberal, inspirado en los experimentos de laboratorio aplicados en la dictadura de Augusto Pinochet en Chile: vaciamiento del Estado en lo social, hipertrofia del mercado en todas las esferas de la vida, y blindaje autoritario para garantizar la reproducción del capital.

Desde entonces, la Europa del bienestar fue sacrificada en nombre de la competitividad, y el mercado se convirtió en dogma. La desregulación, las privatizaciones y los recortes —nunca aplicados al aparato represivo del Estado— continúan redefiniendo los márgenes de lo que antes parecía imposible.

Este escenario, que no se puede comprender sin la caída del Bloque socialista y el fin de la Guerra Fría, dejó el campo abierto a la expansión sin contrapesos del capitalismo realmente existente. Europa, de la mano de EE.UU., aprovechó esa era de unipolaridad para consolidar su arquitectura ultraliberal. Y en cada nueva crisis —como la de 2008— se ha ido reforzando la misma lógica: rescates al capital, ajustes para los pueblos.

La emergencia de nuevas izquierdas como el Bloco de Esquerda, ligadas sobre todo a sectores urbanos de clase media, ofreció una alternativa parcial que hoy, como Podemos en el Estado español, está al borde de su desaparición.

Portugal —como Grecia, España o Italia— fue víctima del castigo financiero y político de Bruselas. Las llamadas políticas de austeridad, impuestas con una violencia colonial encubierta, llevaron a una crisis interna tan profunda que acabó con la dimisión del entonces primer ministro José Sócrates. El desprecio hacia los países del sur se hizo evidente incluso en el lenguaje: 'PIGS', una sigla despectiva que agrupaba a los más golpeados por las recetas europeas a la crisis económica.

Portugal, renacida políticamente del impulso revolucionario del 25 de abril y de un proyecto de construcción socialista, se ha visto atrapada en una estructura supranacional que niega su soberanía popular y social.

La degradación de las condiciones de vida, el aumento de la desigualdad entre Estados miembros y la pérdida de referentes ideológicos han favorecido a su vez el vaciamiento del espacio de la izquierda. El Partido Comunista Portugués, aunque más sólido organizativa e ideológicamente que sus homólogos europeos, ha sido también víctima del repliegue general. La emergencia de nuevas izquierdas como el Bloco de Esquerda, ligadas sobre todo a sectores urbanos de clase media, ofreció una alternativa parcial que hoy, como Podemos en el Estado español, está al borde de su desaparición.

La moda reaccionaria se presenta como enfrentamiento al statu quo —aunque sea su brazo armado—, desplazando el eje del conflicto desde la lucha de clases hacia una guerra cultural basada en el odio, el miedo y la exclusión.

En ese vacío político e ideológico, emerge la extrema derecha. La moda reaccionaria se presenta como enfrentamiento al statu quo —aunque sea su brazo armado—, desplazando el eje del conflicto desde la lucha de clases hacia una guerra cultural basada en el odio, el miedo y la exclusión. Ventura y Chega canalizan ese malestar de forma reaccionaria, ofreciendo una restauración del orden con un nuevo envoltorio, pero con el mismo propósito de siempre: sostener los privilegios del capital mediante una política de fuerza.

El ascenso de Chega, además, no se explica únicamente por la dinámica interna portuguesa. Su emergencia debe entenderse como parte de una estrategia internacional de reorganización reaccionaria, sostenida por redes ideológicas, mediáticas y financieras que conectan a las nuevas extremas derechas de todo el mundo.

En esta "Internacional de la reacción" confluyen 'think-tanks' ultraliberales como Atlas Network, fundaciones como Disenso —vinculada a Vox—, redes evangélicas transnacionales, fondos especulativos y plataformas digitales que operan como canales de desinformación y control cultural.

Esta ofensiva no improvisa: se nutre del fracaso de los progresismos institucionales, del colapso del multilateralismo liberal, y del miedo social generado por la crisis ecológica, migratoria y económica. Así, se articula un proyecto global de restauración autoritaria, que combina nacionalismo excluyente con ultraliberalismo económico, culto a la tradición con guerra cultural, y un anticomunismo visceral con un desprecio cínico por los derechos humanos. Como antes Brasil con Bolsonaro, Portugal se convierte también en campo de experimentación de estas fórmulas reaccionarias que cuentan con respaldo geoestratégico. No es casualidad que estas formaciones repitan el mismo lenguaje, compartan asesores, e incluso organicen cumbres conjuntas.

La extrema derecha no desafía el poder del capital: lo blinda. Por eso cuenta con el visto bueno de amplios sectores empresariales, mediáticos y militares. Su función histórica, como en los años 30, es contener cualquier intento de transformación social, pero adaptándose a los marcos comunicacionales y tecnológicos del presente. En este sentido, Chega no solo representa un peligro para Portugal, sino que implica la inserción activa del país en una red de reacción que busca reorganizar el orden mundial en términos aún más brutales, más excluyentes y más autoritarios.

La extrema derecha no desafía el poder del capital: lo blinda. Por eso cuenta con el visto bueno de amplios sectores empresariales, mediáticos y militares.

El espíritu del 25 de abril, que encarnó una ruptura histórica con el fascismo y un impulso hacia la soberanía popular y el socialismo, ha quedado sitiado. Pero no se trata solo del avance de Chega, sino de un orden europeo que desde hace décadas trabaja para borrar cualquier rastro de horizonte emancipador. La UE no fue nunca un proyecto social: fue un mecanismo de disciplinamiento económico y geopolítico que hoy, en crisis, necesita del autoritarismo para sostenerse.

El avance de Chega nos interpela en sentido general. Su crecimiento no responde a una ola espontánea, sino a una larga y meticulosa operación de desideologización, frustración social y vaciamiento del espacio político. Solo puede avanzar una extrema derecha que se disfraza de antisistema cuando el sistema democrático ha perdido toda credibilidad y legitimidad.

Frente a esto, la respuesta no puede ser un centrismo impotente ni una izquierda que gestiona ruinas. Hace falta reconstruir un proyecto popular de ruptura que recuerde que hubo un día —el 25 de abril de 1974— en que un pueblo entero, desde los cuarteles hasta las fábricas, decidió que había llegado el momento de la dignidad. Y que entienda que hoy, como entonces, no basta con resistir: hay que volver a caminar.

Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de RT.

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