Las prácticas terroristas del régimen de Kiev, desde la voladura de los gasoductos Nord Stream, en el mar Báltico, hasta los incendios en las refinerías que procesan el crudo ruso cuando todavía se esperaba una reunión entre Putin y Trump, ya no son ninguna novedad ni provocan escándalo o sorpresa a nadie. Al igual que la reciente inclusión de varios menores de edaden la lista de blancos militares en el sitio web nazi ucraniano Mirotvórets.
Se podría discutir eternamente si las Fuerzas Armadas ucranianas atacan objetivos civiles en Rusia a propósito o son 'daños colaterales', como siempre sucede en todas las guerras del mundo. Pero las decenas de atentados con bombas en varias ciudades rusas durante todos estos años, no solo contra altos oficiales militares, sino contra periodistas, escritores y políticos rusos y ucranianos que se han opuesto o que critican al actual Gobierno de Ucrania, lo ponen todo en su lugar. La Ucrania de nuestros días es un Estado terrorista que retoma y repite la larga tradición de las dictaduras latinoamericanas, que solían hacer explotar por los aires a sus opositores políticos incluso en el mismísimo EE.UU.
¿Cómo 'la república más europea' de la Unión Soviética pudo convertirse en lo que es hoy?
La respuesta es importante no solo para los pueblos de la ex-URSS, sino para el mundo, ya que el proyecto 'Ucrania' fue uno de los pilares centrales del programa de reformateo global actual. Su pieza principal fue el nacionalismo, ya que se conoce de sobra cómo el nacionalismo, mejor dicho, el chovinismo, como cualquier otra enfermedad autoinmune, puede destruir cualquier nación.
Por primera vez, lo observé en Ucrania varios años antes del Maidán, cuando en la sociedad aún existía la ilusión de que éramos 'un pueblo culto y civilizado' y siempre tendríamos la capacidad de 'resolver todos nuestros problemas pacíficamente'. A pesar de lo optimista y conciliador que sonaba, ya llevaba esa semilla de superioridad sobre sus vecinos, supuestamente 'menos civilizados'. Recuerdo los discursos exaltados, con ojos turbios, de aquellos primeros profetas de la 'misión de la Nación' que, exhalando alcohol, les contaban a los oyentes desprevenidos en las calles, con entusiasmo, acerca del 'camino especial de Ucrania' y cómo esta sufrida Nación había sido una 'víctima' de los judíos, de los rusos y de los comunistas. Los nombres de los países, igual que el de los culpables mencionados, pueden intercambiarse, sumarse, multiplicarse o dividirse, el resultado final nunca cambia y siempre es el nazismo.
Un pueblo victimizado por la propaganda, con complejos de inferioridad, está frente a una tentación compensatoria: desquitar la rabia, el resentimiento y la impotencia acumulados.
Es la seducción del sistema, que lo ofrece como una 'liberación'. El acto de desquitarse con la violencia extrema para trascender los límites de lo humano es el proyecto político de los domadores de los nazis. La guerra cognitiva iniciada por Occidente en todo el territorio soviético mucho antes de la Perestroika apuntaba exactamente a eso: la construcción cultural de la violencia nacionalista.
Cualquier conversación sobre la 'exclusividad' de cualquier pueblo, no solo excluye al resto de la humanidad del privilegio divino de ser una nación elegida, sino que también destruye los fundamentos de su propia espiritualidad, de lo que a los sinvergüenzas, tanto y tan seguido, les gusta hablar. Porque la espiritualidad no puede ser una etiqueta étnica ni está ligada al color de los ojos ni al de la piel.
Todo nacionalismo es el mejor despertador de los nacionalismos vecinos. Los que afirman que 'un tal pueblo ucraniano nunca existió' se parecen a sus oponentes como si fueran su propio reflejo, esos que en la prensa ucraniana llaman a Rusia, 'moscovia', tal como lo escribí, siempre con minúscula. Obviamente, según la lógica de ambos, mucho menos podría existir un pueblo bielorruso.
En general, para ellos no debe existir nada que les sea incomprensible, desagradable o incómodo. Aprendieron bien de sus maestros, de la misma escuela inglesa que formó a los israelíes, que afirman que tampoco existe tal pueblo palestino. Seguramente, para demostrar que por eso no es posible un 'exterminio'.
Entre algunos analistas postsoviéticos existe un término muy equivocado y dañino, que se utiliza para describir la transformación de los Estados más o menos soberanos en colonias de Occidente. El término es 'ucranización'. Porque lo que sucede es que esa referencia que hacen de "ucranizar" algo, no es ninguna ucranización, sino todo lo contrario. Pues lo que precisamente pasó en Ucrania cuando triunfó el golpe de Maidán fue que se impuso la 'antiucranización', eso que no tiene nada que ver con la verdadera cultura ucraniana ni con los intereses de su pueblo.
Todos los pueblos son entidades histórica y culturalmente dinámicas, no son un hueso de museo, sino un proceso humano vivo, no lineal y contradictorio. Nuestra gran trinidad de los pueblos eslavos orientales está tan profundamente unida por los siglos de historia y cultura común, que hay que ser realmente un extraterrestre para traerlo a discusión, o para creer que varios años o incluso décadas de una locura nazi, sean capaces de cambiarlo. Y no porque tengamos una 'espiritualidad especial o inalcanzable para otros', sino porque simplemente tenemos una mentalidad común, unas costumbres comunes, un sistema común de valores y un sentido del humor en común, lo que no puede ser transformado con ningún delirio miope nacionalista.
El exitoso experimento realizado por Occidente en Ucrania está dirigido principalmente a destruir nuestra triple fraternidad, en la que durante siglos nos complementamos con nuestras diferencias secundarias en los momentos más terribles de la historia.
Nuestras culturas son completas solo cuando están juntas, son un organismo vivo único y cuando su verdadera espiritualidad se expresa es en su apertura y capacidad para aprender de otros pueblos y culturas. Ahí radica nuestra fuerza y nuestro valor.
En los días de esta tragedia fratricida impuesta desde fuera, a los 'pacifistas' antirrusos con su llanto de cocodrilo por la muerte de civiles ucranianos, me dan ganas de recordarles muchas cosas. Algunos ucranianos sabíamos desde el principio que el Maidán se hizo precisamente para que pasara lo que hoy vivimos. Cuando nuestros compañeros por toda Ucrania se enfrentaron a los palos nazis y a las llamas de la Casa de los Sindicatos de Odesa, cuando defendían Donbass o iban a la prisión o se veían obligados a abandonar su patria, todo esto se hacía para que no murieran más personas en Ucrania ni en ninguna otra parte. La mayoría de los actuales 'pacifistas', en aquel entonces, celebraban la llegada de 'la verdadera independencia de Ucrania' y le deseaban al país éxitos en su camino hacia Europa.
Las puertas al infierno estaban abiertas de par en par. El terrorismo de Estado no fue más que una herramienta necesaria para evitar la desviación del proyecto. Pero también es necesario recordar esos proyectos hermanos de la 'Revolución de la Dignidad' ucraniana: el paramilitarismo en Latinoamérica y Al Qaeda en Medio Oriente y África y miles de otras operaciones secretas del 'mundo civilizado' fuera del 'jardín de Borrel'.
Porque del terrorismo, como de cualquier otro tema o historia, es mejor hablar desde su inicio.



